El dolor representa una señal de alarma que es procesada por el sistema nervioso, incluyendo receptores, vías ascendentes y descendentes, así como diversos centros cerebrales. En este sentido, el dolor tiene una indudable función adaptativa para el organismo que lo experimenta, ya que le permite desarrollar conductas reparadoras como el descanso, el cuidado, o la búsqueda de comida.
Además, la expresión del dolor posee un importante componente social, posibilitando que se comunique y se advierta del peligro a otros individuos. Pensemos en nuestro comportamiento cuando experimentamos un fuerte dolor al tocar un objeto peligroso (p. ej., el fuego). De esta forma, cabría pensar en el dolor como un sistema de comunicación basado en el procesamiento de información emocional. Así, los cambios en la expresión facial y las vocalizaciones que acompañan a la experiencia del dolor permiten transmitir al resto de individuos nuestra percepción subjetiva de dolor.
Finalmente, existen otros factores psicológicos que pueden modular o modificar significativamente la percepción del dolor. Así, por ejemplo, es conocido que se percibe el dolor más intensamente, cuando dirigimos nuestra atención hacia la fuente del dolor. También, conseguimos aliviarlo cuando nos distraernos con otras actividades. Resulta asimismo interesante que nuestra percepción del dolor dependa del recuerdo que tengamos de experiencias dolorosas anteriores o de nuestro estado de ánimo. Sin duda, todos estos factores nos indican que la percepción del dolor representa un fenómeno subjetivo de gran complejidad en el que intervienen numerosos procesos psicológicos.
Última actualización: 26 de mayo de 2007
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